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Una reflexión sobre la sonda DART

Esta misma semana hemos sido testigos de un acontecimiento relacionado con el espacio y la ciencia aeroespacial al que quizás no le hayamos dado la repercusión que merecía. Me estoy refiriendo al desenlace exitoso de la misión de la sonda DART, cuyo objetivo consistía en impactar contra el asteroide Dimorfo para permitir estudiar con el impacto la posibilidad del desvío de estos objetos.

Este tipo de asteroides pueden viajar por el espacio en trayectoria de colisión contra La Tierra y, además de que no son nada fáciles de detectar, desconocíamos si era posible su desvío de dicha trayectoria. Un colisión de nuestro planeta contra un cuerpo libre de esas dimensiones puede provocar consecuencias devastadoras para el clima y en definitiva, para la supervivencia de cientos de especies incluida la nuestra.

El grandísimo Daniel Marín publicó, como es costumbre, un detallado artículo en su blog contando todos los detalles de la misión. No voy a entrar, por tanto, en detalles aquí. He venido hablar de una sencilla reflexión que me encontré en un hilo de twitter de Gaston Giribet, un colaborador del podcast "Coffebreak, señal y ruido" que venía reflejar una interesante conversación mantenida con otros miembros del podcast. En dicha reflexión se hacía notar que era la primera vez que nuestra especie era capaz de modificar la mecánica celeste. Una mecánica que conocemos bien y sabemos interpretar y utilizar en nuestro favor, cada vez que lanzamos sondas hacía los rincones del sistema solar. Pero nunca habíamos sido capaces de llegar tan lejos como para alterar este mecanismo.

Tras leer esta reflexión a mi también me dio por pensar que no esta nada mal para una especie relativamente joven como la nuestra que apenas lleva (en el mejor de los casos) unos 300.000 años caminando por la superficie terrestre. En términos biológicos una cifra relativamente corta y ridícula si hablamos en un contexto geológico. En ese tiempo hemos aprendido a dominar el fuego, a cultivar y criar nuestra propia comida, a modificar nuestro entorno, a conocer el universo y nuestro lugar en el y ahora también, a modificar sus mecanismos. Tras los kilos y kilos de noticias pesimistas, de apocalipsis diarios y de una continua perdida en la fe de nuestra especie me apetece reivindicar este tipo de reflexiones. Somos una gran especie, sobre todo trabajando de forma colaborativa, algo que nuestros cerebros nos permiten hacer de forma genial. Quizás nos guste demasiado matarnos unos a otros y todavía nos cueste unos cuantos cientos de años avanzar hacia otros niveles sociales. Pero el potencial que aún guardamos en nosotros es inmenso. Quedemos con eso y sigamos avanzando.


Septiembre 2022